El encuentro con Arturo Camero tenía no podía ser de otra manera, sino de la forma que el mismo era, o aun tal vez es: extrañamente único. A escaso un mes de pertenecer al staff me asignan el emblemático horario venezolano llamado: “Los Venezolanos en el Tope”, que iba hasta las 9 o 10 de la noche, ya no recuerdo bien, lo cierto era que luego de ese horario venía Arturo, su programa era en la noche, era el rey de las noches, el horario perfecto para dar rienda suelta a toda su particular personalidad irónica, desafiante y exigente. Ya lo había oído con anterioridad en casa, pero no tenía idea de quien era, no le había visto. A 10 minutos antes de terminar escucho un que alguien toca el timbre intermitentemente. Era Arturo, y su amigo y compañero de las noches Nelson “El Mandarín” le abre con velocidad. Con mirada curiosa trato de observar desde adentro de la cabina, a través del vidrio que me aislaba hasta el pasillo, pero no preciso mayor información, solo veo pasar una fugaz figura sombría hacia el otro extremo del pasillo. Se enciende el bombillo “en el aire” para que me despida, y mientras daba mis créditos de despedida aparece en el espacio del control maestro Arturo Camero, y debo decirles que no supe si reirme por el impacto divertido que me causó su presencia o asombrarme por lo extraña de ella.
Evidentemente la noche propiciaba probablemente toda clase de expresiones internas que tal vez el alojaba en su psiquis, o quien sabe por qué razón, pero Arturo usaba un sombrero de copa negra, grande, negro azabache, como los magos, “increible” me dije a mi mismo. Al mismo tiempo vestía unos jeans desteñidos y rotos, así como una camisa, recuerdo, verde de cuadros igualmente desteñida, y sobre ella una chaqueta negra de cuero vieja. Su cabello era largo, le corría casi por debajo de los hombros, desaliñado naturalmente, con sonrisa maliciosa, mirada tímida y perversa al mismo tiempo y tenía en su mano un maletincito de cuero donde trasladaba sus cintas y músicas para hacer su programa esa noche. Arturo, no se presentó, lo hizo El Mandarín, no dijo mucho, tuvo un ademán gracioso al darme la mano y la bienvenida, me miró con desdén, con cierto aire de superioridad e indiferencia, pero fue cordial. Esperó discretamente a que yo me fuera retirando de la sala de operaciones para comenzar a sacar su material de trabajo para esa noche, luego sigilosamente cerró la puerta y procedió a dar rienda suelta a su verdadera personalidad nocturna y radial.
Nunca olvidé ese encuentro, desde mi óptica Arturo para mi siempre fue eso: un tímido, inconforme, desadaptado y refugiado ser del día, que cuan Camaleón se transformaba con las primeras sombras de la noche dando rienda suelta a ese creativo personaje de fábulas que yacía dentro de él y que emergía para encantarnos e hipnotizarnos noche a noche cuando El Mandarín le encendía la luz que dice: “en el aire”.
Evidentemente la noche propiciaba probablemente toda clase de expresiones internas que tal vez el alojaba en su psiquis, o quien sabe por qué razón, pero Arturo usaba un sombrero de copa negra, grande, negro azabache, como los magos, “increible” me dije a mi mismo. Al mismo tiempo vestía unos jeans desteñidos y rotos, así como una camisa, recuerdo, verde de cuadros igualmente desteñida, y sobre ella una chaqueta negra de cuero vieja. Su cabello era largo, le corría casi por debajo de los hombros, desaliñado naturalmente, con sonrisa maliciosa, mirada tímida y perversa al mismo tiempo y tenía en su mano un maletincito de cuero donde trasladaba sus cintas y músicas para hacer su programa esa noche. Arturo, no se presentó, lo hizo El Mandarín, no dijo mucho, tuvo un ademán gracioso al darme la mano y la bienvenida, me miró con desdén, con cierto aire de superioridad e indiferencia, pero fue cordial. Esperó discretamente a que yo me fuera retirando de la sala de operaciones para comenzar a sacar su material de trabajo para esa noche, luego sigilosamente cerró la puerta y procedió a dar rienda suelta a su verdadera personalidad nocturna y radial.
Nunca olvidé ese encuentro, desde mi óptica Arturo para mi siempre fue eso: un tímido, inconforme, desadaptado y refugiado ser del día, que cuan Camaleón se transformaba con las primeras sombras de la noche dando rienda suelta a ese creativo personaje de fábulas que yacía dentro de él y que emergía para encantarnos e hipnotizarnos noche a noche cuando El Mandarín le encendía la luz que dice: “en el aire”.
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